viernes, 27 de enero de 2012

de mayor seré ciudad-estado

El olvido.
Ese es el gran problema.
La gente olvidó el significado de las palabras; y, sobre todo, olvidó los conceptos que esas palabras guardaban.
Así, mercenarios de las letras abarrotaron los medios (y, por extensión, la conciencia colectiva) de términos vacíos, contenedores de nada.
Y la nada, ay Atreyu, nos invadió.
El mundo se llenó de nada. Grandes eventos de gente que habla mucho y no dice nada; grandes esfuerzos para nada útil. Montones de documentos de nada. Millones de horas en comisiones de nada. Miles de simpatizantes aplaudiendo nada de nada, discutiendo por nada, preocupados por nada.
Y lo realmente importante, lo prioritario, se perdió entre los pliegues de lo aceptado, de lo políticamente correcto.
Permitimos que nos sumergieran en este ilógico período neoliberal, que nos robasen el tiempo y las palabras y las ideas. Sustituimos a los sabios por unos supuestos tecnócratas y les dimos el poder para dirigir el mundo.
“Tecnócrata”, otra palabra olvidada. “El gobierno de los técnicos”. Pero, qué es un técnico? Es un economista un técnico?
Ni de coña.
Un técnico es un especialista perteneciente al mundo de las ciencias y de las artes. Una persona “que posee una habilidad o destreza para realizar diferentes labores a partir de conocimientos adquiridos”. Pero no cualquiera que cumpla este requisito es un técnico; un asesino profesional no es un técnico, por mucho que sea un virtuoso en su labor y haya aprendido de otros maestros y de la experiencia en muchos años de muerte.
La economía no es una ciencia ni es un arte (recomiendo la lectura de Popper, no para estar de acuerdo con él, sino para arrancar el lóbulo frontal y el resto de sus amigos, y pensar). No es, por mucho que así pretendan aleccionarnos, una estructura basada en la lógica y la objetividad. Sus teorías e hipótesis no son científicas. No está basada, como la ciencia, en un criterio de verdad (que no certeza) y en la permanente autocorrección (de nuevo, Popper).
Pero nos hacen creer que sí. Calificación de deuda, déficit, macroeconomía como si de las leyes de la termodinámica se tratase.
Mientras, los ciudadanos vivimos como rodando ladera abajo, sin nada a lo que asirse, intentando que las piedras no golpeen la cabeza.
Y nos olvidamos de reflexionar sobre nuestros actos.
Desalojamos de nuestras vidas la eficacia, la eficiencia y la efectividad. La lógica, la sostenibilidad (pobre palabra violada cada día).
Es hora de desprogramarse.
Retomar el control de las acciones cotidianas. Consumir menos y mejor. Producir más. Racionalizar y razonar. Organizarse.
Volvamos a ser técnicos de nuestra propia vida.
Amén.

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